El día que conocí a Bill W.
Fundador de la Sociedad de Alcohólicos Anónimos.
(segunda parte)
Artículo de la Revista TV ESPAÑOL, entrevista realizada por el periodista salvadoreño José Bernardo Pacheco en el año de 1967.
Cuando Bill regresó a E.U.A. trabajó como investigador de fraudes en una compañía de seguros mientras estudiaba para abogado en la Escuela de Leyes de Brooklyn, Nueva York. Más tarde llegó a ser un excelente analista de la Bolsa de Valores logrando inmensas fortunas para él y sus clientes, pero el alcoholismo iba imponiéndose a pase acelerado y seguro...El día de su examen final en la Escuela de Leyes esta tan ebrio que a esas alturas cualquier fracaso le servía de pretexto para emborracharse. Y cuando Bill bebía se mostraba soez, violento, intolerable e intolerante y peleaba con meseros de restaurantes, cantineros, taxistas, oficiales de policía y hasta con desconocidos sin motivo alguno. “Mi alcoholismo era, a todas luces, explosivo”, reconocía Bill.
Por las mañanas, al sentir culpa y remordimiento, Bill juraba a su esposa que nunca más volvería a beber, pero por las noches esta ebrio otra vez, y otra vez hasta el desconsuelo de su dulce Lois.
La quiebra de la Bolsa de Valores, en 1929, llevó a la ruina total a Bill, lo que no había logrado su alcoholismo. Muy endeudado se fue a vivir a la case de los padres de Lois, y mientras ella trabajaba, Bill vivía para beber, porque tenía que beber para beber para vivir. “Igual que otros alcohólicos, yo ocultaba el licor en el desván, debajo de los muebles, incluyendo mi cama o en el depósito de agua del excusado”, relató.
En 1932 Bill comenzó a temer por su salud mental, creía que se estaba volviendo loco: “Una vez, embriagado, arrojé una máquina de coser contra mi adorada Lois pero no llegue a golpearla; en otra ocasión me sentía tan mal que temía hasta el pánico que los demonios que había dentro de mi me hicieran lanzarme por la ventana del segundo piso de mi dormitorio, por lo que arrastré un colchón a la planta baja por si saltaba súbitamente”.
En 1934 Bill ingresó al Hospital Charles Towns de Nueva York especializado en el tratamiento del alcoholismo, época en que se consideraba al alcohólico una persona sin buen voluntad, sin carácter ni disciplina moral, en pocas palabras un sinvergüenza, pero el doctor William Duncan, que aseguraba que el alcoholismo era una enfermedad, le dijo a Bill que estaba en un estado tan avanzado su alcoholismo que era muy difícil su recuperación porque daba señales de grave lesión cerebral y que podría pasar hospitalizado es resto de su vida como un demente.
Bill respondió satisfactoriamente al tratamiento, se le veía robusto y fue enviado a su casa para su recuperación total. Dejó de beber alcohol varios meses, pero a la mañana siguiente del aniversario del fin de la Primera Guerra Mundial, Lois lo encontró borracho aferrado a la cerca que rodeaba la casa. Bill vio que en los ojos de su querida esposa moría el último rayo de esperanza y se derrumbaba toda voluntad humana. “En ese momento yo supe que estaba condenado a la locura o a la muerte, y me resigné mi final: mientras tenga la ginebra en mis manos... un par de semanas después, tras otra borrachera, volví al hospital e ingrese voluntariamente”, recordó Bill agregando que su amigo y compañero de borracheras e infortunio Ebby Thatcher le había aconsejado que fuera honesto consigo mismo, que aceptara que estaba destrozado totalmente y que hablara con alguien y que se encomendara a Dios porque estaba liquidado. “Pero yo no quería saber nada sobre la existencia de Dios o de un Ser Superior”, dijo Bill reconociendo que se había situado voluntariamente a sólo un paso de la locura o la muerte...