HOMBRES EN FUGA
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Este libro es un homenaje a Alcohólicos Anónimos. Agradeciendo a los grupos A. A. la
ayuda que directa o indirectamente le han proporcionado, el Autor advierte haber puesto
la mayor atención en respetar el principio del anonimato. A quienes, sin embargo,
alcohólicos son, según una expresión corriente en los grupos, copias al carbón: invoca por
lo tanto otro principio, el de la tolerancia.
Juan Manuel, quien el año pasado por estas mismas fechas era aún, —él que tal
vez no haya llegado a los treinta años de edad— la encarnación del caos físico y moral,
un caos lindante con la abyección, ha establecido diligentemente, al levantarse hoy a
las siete de la mañana, el empleo de su jornada. Saldrá de la oficina —trabaja como
supernumerario en la Secretaría de Educación Pública— a las dos y media en punto.
Puesto que es viernes, irá de inmediato, tomando un atiborradísimo autobús, al
Centro Asturiano, donde una vez por semana algunos miembros del grupo Valle de
México tienen por costumbre reunirse en una salita, llamada «de los borrachos», para
consumir una comida abundante y abundantemente enriquecida de bebidas
multicolores. La comida cuesta casi cincuenta pesos, suma que Juan Manuel no
puede permitirse gastar sino en circunstancias excepcionales; pero ayer por la tarde,
tras haberlo comentado así con los compañeros que lamentaban sus frecuentes
ausencias, fue invitado formalmente por Julito G., que, con su joven esposa Gabriela,
le demuestra una simpatía muy viva. Es de prever que la comida, amenizada por los
chascarrillos quizá excesivos de Teodoro, durará hasta las cinco; a esa hora Juan
Manuel irá al dentista, que tiene el consultorio no muy distante, en Baja California
esquina Nuevo León, y allí presumiblemente permanecerá, ¡ay!, hasta las siete. A las
siete y cuarto tiene cita con Pilar delante del Café de las Américas; de allí, a pie, irán a
la junta del grupo Matt Talbot.
Pilar es una española de edad indefinible que se presentó en el Matt Talbot hace
dieciocho días con un apasionamiento evidente: marca de un apuro desgarrador.
Elegante, o más exactamente distinguida, y sin ningún esfuerzo, su piel es trigueña,
sus ojos son de un verde que desconcierta, y el cabello lacio le enmarca el rostro de
pómulos altos, macerado: hace pensar, ha dicho ayer Bartolo E, el insolente, en una
hija más o menos ilegítima de Isabel la Católica y de Cristóbal Colón el navegante.
Juan Manuel la considera algo suyo en el sentido de que, habiéndola visto llegar, en
estado de visible angustia y acompañada de un caballero que luego resultó ser su
marido, a la entrada del edificio del Matt Talbot, se le acercó, obedeciendo a un
impulso de afecto, y le habló, la acompañó casi sosteniéndola, por las escaleras, y la
hizo sentarse junto a ella —el marido, por supuesto, se había quedado en la calle—. Le
preparó un café, y luego, al terminar la junta —que no se distinguió ni por su
esplendor estético ni por su delirante alegría—, la invitó a que lo siguiese al Valle de
México, donde los miembros se reúnen más tarde. Pensó que una señora como
aquélla habría de sentirse más a gusto en el Valle de México, ya que, si bien es cierto
que la institución se halla señalada por la igualdad —la muerte es democrática— no es
menos cierto que cada uno de los grupos tiene características propias, por lo que todo
compañero o candidato a compañero escoge libremente el que le parezca más idóneo
para los efectos de su salida de la muerte.
Y Pilar volvió al Valle de México, todos los días. Dieciocho días constituidos por
tantas horas interminables: dieciocho días pueden ser la eternidad. Lo que tiene
detrás de sí es lo que se comienza a saber. La historia habitual: el inimaginable
horror. En su caso duró, al parecer, una decena de años. De los que estuvo cinco en
tratamiento psicoanalítico: en vano. «La locura, en comparación, es...», ha dicho
Dionisio, su marido; y no ha terminado la frase. La impotencia roe el vocabulario.
Ayer por la noche Juan Manuel invitó a Pilar a que fuese con él al Matt Talbot —
donde ella no ha vuelto más después de la primera vez— porque se iba a celebrar el
quinto aniversario de Feliciano, al que llaman el Jovenazo. Un alma de Dios si acaso
ha habido alguna: así lo dicen todos. Es un anciano gordo, pobremente vestido de
gris, que anda trastadbilleando, sin cultura y sin un centavo: nada tiene salvo la
gracia de Dios.
«Es un alma de Dios —le dijo Juan Manuel a Pilar— y aunque no sabe poner tres
palabras en fila, cuando abre la boca emana fuerza, emana una bendición, y también
cuando está callado hay en torno a Feliciano el Jovenazo, una luz. ¿Irás? Mañana a las
siete y cuarto en punto de la tarde estaré frente al Café de las Américas. ¿Irás?»
«Iré.»
«Y luego, después de la fiesta en el Matt Talbot, iremos al Valle de México;
todavía nos quedará una media hora, hasta las diez; luego iremos al Sanborns, como
siempre, y allí podrás reunirte con Dionisio: estará Griselda con su marido Ignacio,
estará Jorge M. con su esposa Covadonga, estará Miguelito, estará...»
Mientras corre al dentista, y la noche se cierne sobre la Ciudad de México, Juan
Manuel es feliz pensando en la velada que lo espera.
***Gracias por seguir visitando nuestro blog, especialmente los compañeros del Área 19 de Mixco y nos vemos en el próximo tema. Ya saben pueden escribir a chamelcoav06@yahoo.es