LO MEJOR DE BILL W.
Cuando nos encontramos sometidos a un fuerte ataque,
una enfermedad grave u otras condiciones de seria inseguridad, todos debemos
reaccionar, bien o mal, según sea el caso.
Los alcohólicos anónimos encuentran que el antídoto
básico contra el temor es el despertar espiritual.
El temor no tiene que ser siempre
necesariamente destructivo, pues las lecciones de sus consecuencias pueden
conducir a la adquisición de valores positivos.
Para Bill W. la piedra angular de la liberación del temor
es la FE, una fe en un Poder
Superior, tal como lo comprendamos.
BILL W.
escribe sobre
TEMOR
Este asunto del MIEDO
Como dice el Gran Libro "El miedo es como un hilo podrido que corroe e invade el tejido de nuestras vidas". El miedo es seguramente una barrera para la razón y el amor y, por supuesto, refuerza la ira, la vanagloria y la agresión.
El Presidente Roosevelt una vez hizo la significativa observación de que "Sólo debemos tenerle miedo al miedo".
Esta es una acusación severa, y es posiblemente demasiado apabullante. Por su usual destructividad, hemos encontrado que el miedo puede ser el punto de partida para cosas mejores. El miedo pude ser la base para lograr la Prudencia y un honesto respeto hacia los otros. Puede señalar la senda de la Justicia como también la del odio. Y mientras más respeto a la justicia tengamos, con mayor razón debemos empezar a encontrar el amor que puede soportar mucho y aún puede darse libremente. Así que el temor no tiene que ser siempre necesariamente destructivo, pues las lecciones de sus consecuencias nos puede conducir a la adquisición de valores positivos.
La consecución de la independencia del temor es una empresa que nos toma toda la vida y que nunca puede ser completada totalmente. Cuando nos encontramos sometidos a un fuerte ataque, una enfermedad grave u otras condiciones de seria inseguridad, todos debemos reaccionar, bien o mal, según sea el caso. Solamente los jactanciosos se las dan de estar perfectamente liberados del miedo, aunque su propia grandiosidad en realidad tenga sus raíces en los temores que temporalmente han olvidado.
Por lo tanto, el problema de disipar el temor tiene dos aspectos. Tendremos que tratar de conseguir toda la independencia del temor que podamos. Luego necesitaremos encontrar a la vez el valor y la gracia para entendérnoslas constructivamente con todo lo que queda del miedo. Tratar de entender nuestros temores y los de otros no es sino un primer paso. El problema más grande es cómo, y a dónde vamos a pasar de ahí.
Desde el comienzo de A.A., he observado cómo miles de mis compañeros llegaron a ser más hábiles para entender y superar sus temores. Estos ejemplos han sido de indudable ayuda e inspiración. Quizás, entonces, algunas de mis experiencias con el temor y su desenvolvimiento caigan muy a propósito para dar una dosis de ánimo.
Cuando era niño, tuve algunos choques emocionales muy fuertes. Había una profunda alteración familiar, yo era físicamente torpe y muchas otras cosas parecidas. Clero que otros niños tienen tales estorbos emocionales y salen ilesos. Pero yo no. Evidentemente yo era hipersensible y por lo tanto demasiado temeroso. De todas maneras, desarrollé una verdadera fobia de que yo no era como los otros jóvenes y nunca podría serlo. Al principio esto me sumió en la depresión y de ahí en el aislamiento de la soledad.
Pero todas estas miserias de la niñez, todas ellas generadas por el temor, llegaron a ser tan insoportables que me volvieron sumamente agresivo. Pensando que nunca podría pertenecer, y jurando que nunca me acomodaría en un status de segunda categoría, tenía la sensación de que simplemente tenía que dominar en todo lo que me decidiera a hacer: Trabajo o juego. A medida que esta atractiva fórmula para la buena vida empezó a tener éxito de acuerdo con las especificaciones que entonces tenía para el éxito, me alegré hasta el delirio. Pero cuando una empresa ocasionalmente fracasaba, me llenaba con un resentimiento y una depresión que solamente podrían ser curados con el próximo triunfo. Muy pronto, por lo tanto, llegué a valorar todo en términos de victoria o derrota - todo o nada. La única satisfacción que yo conocía era ganar.
Este fue mi falso antídoto contra el temor y fue el patrón, grabado cada vez más profundamente, que me siguió a través de mis años de colegio, la primera guerra mundial, la truculenta carrera de bebedor en Wall Street y abajo en la hora final de mi colapso total. Por esa época, la adversidad ya no fue por más tiempo un estímulo y no sabía si mi mayor temor era vivir o morir.
Si bien la pauta básica de mi temor es muy común, existen, naturalmente, muchas otras. En realidad, las manifestaciones del temor y los problemas que vienen detrás de él cuando surge son tan numerosos y complejos, que en este breve artículo no es posible detallar ni siquiera unos pocos de ellos. Podemos solamente revisar esos recursos espirituales y los principios por medio de los cuales es posible que seamos capaces de enfrentar el miedo y entendérnoslas con cualquiera de sus aspectos.
En mi propio caso, la piedra angular de la liberación del temor es la fe: Una fe que a pesar de todas las apariencias mundanas de ser lo contrario, me lleva a creer que vivo en un universo que tiene razón de ser. Para mí, esto significa una creencia en un Creador que es todo poder, justicia y amor; un Dios que me destina un fin, un significado y un destino para desarrollar, aunque pequeño y vacilante, a su imagen y voluntad. Antes de la llegada de la fe, yo había vivido como un extraño en un mundo que muy a menudo parecía a la vez hostil y cruel. En él no podía existir seguridad interior para mí.
El Dr. Carl Jung, uno de los tres fundadores de la moderna Psicología profunda, tenía una intensa convicción sobre este gran dilema del mundo actual. Parafraseando he aquí lo que él tenía para decir acerca del problema: "Cualquier persona que ha llegado a los cuarenta años de edad y que aún no tiene los medios para comprender quien es, dónde está o a dónde ir, no puede evitar el convertirse en un neurótico - en uno u otro grado.- Esto es cierto, bien sea que los impulsos de juventud hacia el sexo, la seguridad material y su lugar en la sociedad hayan sido satisfechos o no". Cuando el benigno doctor dijo "Convirtiéndose en un neurótico", podría haber dicho también "Convirtiéndose en alguien dominado por el temor".
Exactamente por esto es por lo que nosotros en A.A., damos tanto énfasis a la necesidad de la fe en un Poder Superior, tal como lo comprendamos. Tenemos que hallar una vida en el mundo de la gracia y el espíritu, y esto, ciertamente, es una nueva dimensión para la mayoría de nosotros. Sorprendentemente, nuestra búsqueda de este dominio del ser no es demasiado difícil. Nuestra entrada consciente a él empieza, generalmente, tan pronto como hemos confesado profundamente nuestra impotencia personal para continuar solos, y hemos recurrido a todo aquello en que creemos que hay un Dios o debe haber. El Don de la fe y la conciencia de un Poder Superior es el resultado. A medida que la fe crece, también crece la seguridad interior. El vasto temor subyacente de la nada comienza a disiparse. Por lo tanto, nosotros, los A.A., encontramos que nuestro antídoto básico contra el temor es el despertar espiritual.
Ocurre también que mi propia percepción espiritual fue repentina y absolutamente convincente. Al momento me convertí en parte - así fuera una mínima parte - de un mundo que estaba gobernado por la justicia y el amor en la persona de Dios, no importa lo que hayan sido las consecuencias de mi obstinación e ignorancia o las de mis compañeros de viaje en la tierra, esta era aún la verdad. Tal fue la nueva y positiva seguridad que nunca me ha abandonado. Me entregue a conocer, al menos por el momento, cómo podría ser la ausencia del temor. Claro que mi propio don de la fe no es esencialmente diferente de aquellos despertares espirituales experimentados desde entonces por un sinnúmero de A.A., - simplemente fue más repentino. Pero este marco de referencia sólo marcó mi entrada en ese largo sendero que nos aleja del miedo y nos lleva al amor. Las viejas y profundamente grabadas marcas de la ansiedad no fueron borradas instantánea y permanentemente; claro que reaparecieron y a veces en forma alarmante.
Como receptáculo de tan espectacular experiencia espiritual, no fue sorprendente que la primera fase de mi vida en A.A., se caracterizara por una gran cantidad de orgullo y poder de conducción. El anhelo de influencia y aprobación, el deseo de ser el líder estaba todavía en gran parte conmigo. Mejor aún, este comportamiento podría justificarse ahora, - todo en nombre de las buenas obras!
Afortunadamente esto hizo que esa fase tan exhibicionista de mi grandiosidad, que duró algunos años, fuera seguida por una cadena de adversidades. Mis exigencias por la aprobación, que, obviamente estaban basadas en el temor de que no podría obtener lo suficiente, empezaron a chocar con idénticas cualidades en mis compañeros alcohólicos. En consecuencia, el salvar la Asociación de mis garras y yo de las de ellos, se convirtió en una ocupación que absorbía todos nuestros esfuerzos. Esto, naturalmente, produjo como resultado el odio, la sospecha y toda suerte de episodios atemorizantes. En esta interesante y ahora cómica etapa de nuestros asuntos, algunos de los nuestros empezaron nuevamente a presentar a Dios por encima de todo. Por varios años los dirigentes del poder de A.A. se habían desenfrenado. Pero fuera de esta temible situación se habían formulando los Doce Pasos y las Doce Tradiciones. Estos fueron principios concebidos especialmente para reducir el ego y, por lo tanto, para la reducción de nuestros temores. Estos fueron los principios que esperábamos que nos sostendrían unidos, aumentarían el amor mutuo y hacia Dios.
Gradualmente empezamos a ser capaces de aceptar las faltas de los otros compañeros tanto como sus virtudes. Fue en este período cuando acuñamos la potente y significativa expresión: "Amemos siempre lo mejor de los otros y nunca temamos lo peor que hay en ellos". Después de unos diez años de tratar de labrar este sello de amor y las propiedades egorreductoras de los Pasos y Tradiciones de A.A., en la vida de nuestra Sociedad, los tremendos temores por la supervivencia de A.A. sencillamente se desvanecieron.
La práctica de los Doce Pasos de A.A. y las Doce Tradiciones en nuestras vidas personales también trajo increíbles liberaciones del temor de toda índole, a pesar del amplio predominio de formidables problemas personales. Cuando el temor persistía, lo conocíamos tal como era, y bajo la gracia de Dios llegábamos a ser capaces de manejarlo. Empezamos a ver cada adversidad como una oportunidad que Dios nos daba para desarrollar la clase de valor que nace de la humildad más bien que de la arrogancia. En esta forma, estuvimos en situación de aceptarnos a nosotros mismos, nuestras circunstancias y nuestros compañeros. Bajo la gracia de Dios aún encontramos que podíamos morir con decencia, dignidad y fe, sabiendo que "Es el Padre quien hace las cosas".
Nosotros los de A.A. ahora nos encontramos viviendo en un mundo caracterizado pro temores destructivos como nunca antes había ocurrido en la historia. pero en el vemos, a pesar de todo, grandes tareas de fe y enormes aspiraciones hacia la justicia y la hermandad. Ningún profeta puede aún atreverse a decir si el mundo por venir será un holocausto o el principio, bajo las intenciones de Dios, de la más brillante era todavía no conocida por la humanidad. Estoy seguro que nosotros, los A.A., comprenderemos esta escena. En un mundo en miniatura, nuestra propia vida, cada uno de nosotros ha experimentado este idéntico estado de terrible incertidumbre. En ningún sentido orgulloso, nosotros, los A.A., podemos decir que no tememos el mundo futuro, cualquiera que sea el curso que puede tomar. Por esto es por lo que hemos sido capaces de sentir y decir profundamente: "No temeremos ningún mal, hágase Tu Voluntad no la nuestra".
A menudo relatada, la siguiente historia puede, sin embargo, repetirse: El día en que la azarosa calamidad de Pearl Harbor cayó sobre nuestro país, un amigo de A.A., y una de las figuras espirituales que podamos conocer jamás, estaba caminando a lo largo de una calle en San Luis. Era, naturalmente, nuestro bien amado Padre Edward Dowling, de la orden Jesuíta. Aunque no era alcohólico, él había sido uno de los fundadores de la primera inspiración del esforzado grupo de A.A. en su cuidad. Debido a que un gran número de sus amigos, generalmente sobrios, ya habían tomado la botella, que, según ellos podría borrar las consecuencias del desastre de Pearl Harbor, el padre Ed estaba comprensiblemente angustiado por la probabilidad de que su querido grupo de A.A. se acabaría. Para la mente del padre Ed, todo esto sería una calamidad de primera clase.
Entonces un miembro de A.A., que había adquirido la sobriedad hacía menos de un año, se unió al Padre Ed en una animada conversación, principalmente acerca de A.A. Según vio el padre Ed con alivio, su compañero estaba perfectamente sobrio y no comentó una sola palabra acerca del asunto de Pearl Harbor.
Cavilando felizmente sobre esto, el padre Ed inquirió: "¿Cómo es posible que no tengas nada para decir acerca de Pearl Harbor? . . . ¿Cómo puedes andar tan tranquilamente con semejante golpe?".
"Bien", replicó el A.A. "Me sorprende realmente que Ud. no lo sepa. Todos y cada uno de nosotros en A.A. ya ha tenido su propio Pearl Harbor. Así que, le pregunto: ¿Por qué razón deberíamos nosotros, los alcohólicos, enloquecernos o echarnos a morir por éste?".
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